Cambio de blog

He cambiado de blog:
Salta a La cola del mundo

Xenófobos que escupen y aborrecen aun al extraño en el que podrían convertirse si llegaran a traicionarse a sí mismos.

La resignada, miserable y obscena mueca de enajenación con la que los hombres tachan como un pérdida de tiempo las horas que han dedicado a estar consigo mismos.

Falsos elogios que nos lanzamos los unos a los otros como papas calientes que nunca han de tocar el suelo.

La voz del hombre es tan poderosa que su intromisión es capaz de arruinar un paisaje.

Un pequeño ataúd para esas cosas intransferibles y melancólicas que el muerto llevaba en los bolsillos.

En el horizonte de todos los cuadrúpedos impera la contundencia de los traseros; de allí que la postura erguida, al situar a los rostros frente a frente, haya significado el origen del maquillaje.

Zángano es todo aquel que abraza cada nuevo día de holganza como un logro, y no aquel que ha renunciado a sus aspiraciones para así no conocer el fracaso.

Vanas lisonjas las que nacen del entusiasmo y la efusividad; de nada valen al lado de los murmullos que son fruto del pesar y la envidia.

Como si la hora de la muerte no fuera distinta a la de abandonar una fiesta de disfraces, hay quienes optan por largarse con la única dignidad que da el portazo, y otros que esperan a ser corridos de improviso sin mayores explicaciones.

Interlocutores imbéciles son una ofensa que despierta y acaso justifica nuestra maldad.

Ñoñerías crueles son todos esos halagos que decimos por compromiso y por temor a ofender. Mucho más piadoso es el golpe artero, la crítica implacable que corta de tajo esa cabeza que amenazaba con convertirse en una hidra por culpa de jueces pusilánimes.

Kamikazes, simples kamikazes, no otra cosa son esos dardos de buenos propósitos con los que uno intenta aguijonearse de vez en cuando. Una hilera de buenos propósitos dispuestos a morir por una causa hace tiempo perdida.

Ya que no podemos saber si la muerte del prójimo ha causado en los deudos sentimientos de dolor, alegría o alivio, entendamos el abrazo del pésame como un tanteo.

Guantes que adoptan por sí solos posturas insolentes.

El tedio es la forma más elemental de estar con uno mismo, un columpio exasperante cuya sombra se parece a la guillotina.

Al situar en los platillos de la balanza los pesos irreconciliables de la seguridad y el riesgo, de la placidez y el temblor, no podemos esperar nada parecido al equilibrio como no sea el movimiento infantil de un subibaja.

Como en una inmensa vitrina en la que todos nos desvivimos por la obsesión de gustar, llegará el día en que no haya nadie al otro lado del vidrio, nadie en quien podamos despertar la sombra de un deseo.

Un potro de placer arrancaría más confesiones que el más sofisticado instrumento de tortura.

El temperamento nostálgico surge con frecuencia del desencanto: no tener idea adónde ir; no estar dispuesto a creer en algo nuevamente.

Se puede mirar durante horas el rostro de un imbécil sin esperar siquiera un destello de inteligencia.

Solamente lo inalcanzable nos hace renunciar a la inconstancia, a la dispersión, al desparpajo.

Como en el caso de la cortesía, las manifestaciones del amor resultan más espontáneas y creíbles cuando proceden de una fórmula —y a veces cuando no sentimos absolutamente nada.

¿Es del todo necesario que las parejas enamoradas, durante sus momentos radiantes, salgan a la calle así, sin el menor pudor, como repartiendo bofetadas?