Lo ordinario es una mejor caja de resonancia que lo extraordinario.

Esa expresión lerda y desdeñosa a la que llegan, al final del día, las manos de los mudos.

Se forma de improviso un gran círculo de mirones... sólo para mirarse unos a otros.

Dar rodeos es la forma concupiscente de postergar el desencanto.

Cuando nos proponemos finalmente dedicaros a una única cosa, quizá sólo lo hacemos para dedicarnos con mayor ahínco a todo lo demás.

Corregir a un imbécil, como refutar un mal argumento, son tareas que suponen cierto grado de perversión.

La deliberación y el buen juicio rigen, más que nuestros actos, nuestras reacciones imaginarias.

No puedo hacerme responsable de mi cara si ella se obstina en desacreditarme.

Burlarse de sí mismo... ¿pero sólo para no dar esa satisfacción a los demás?

A la hora de los remordimientos, la boca de la conciencia parece empeñada en morderse a sí misma.

Ningún infierno es terrible hasta que no lo reconocemos plenamente.

El moho de la mente son sus pequeñas verdades.

En toda observación, por inocente que sea, está oculto un dedo que señala, y que suele asimilarse a una injuria.

No me interesa el hombre del que podría ser la realización, sino del que sería la parodia.

Por las calles desiertas, a altas horas de la madrugada, el viento es un vagabundo que habla solo.

Llevado como un perro reacio e insolente, por una correa sin dueño.

Nos inclinamos a mirar dentro de nosotros mismos, y allí, en el fondo de todo, nos mira un ojo que no reconocemos.

Hablar mal de los demás es siempre un desperdicio de saliva. Si esperamos sonrientes, ellos no tardarán en ponerse en ridículo.

El hombre que se detiene de pronto en medio de la calle, perplejo, aturdido, como si descubriera que ha olvidado en casa su mitología de bolsillo.

Odiamos los domingos porque íntimamente nos intranquiliza que los demás no se estén partiendo la espalda.

Un pensamiento que está en boca de todos termina a veces por convertirse, gracias a la corrosión de las distintas salivas, en una perla.

La aspereza inminente es la realización de la lisura.

Uno dolencia lo suficientemente insistente como para vivir vigilado por ella, y lo suficientemente imprecisa para eludir el riesgo de cura.

La igualdad en una sociedad industrial consiste en que las baratijas estén al alcance de todos.

Las cartas rotas, los telegramas cuidadosamente quemados, las palabras tachadas son, sólo por ese motivo, mucho más seductores.

Ir a la raíz de las cosas es la forma como algunos seres rastreros se andan por las ramas.